No me toques los huevos...
Día 11 de noviembre, hora indeterminada.
Me dirigí sigilosamente a mi nevera, situada en la cocina, cerca de una ventana. No sabía a lo que me exponía. Quería hacerme una tortilla francesa, no española, francesa.
De repente, todo ocurrió muy rápido. La revuelta me dejó sin poder reaccionar.
Un par de huevos me atacaron rápidamente y no pude hacer nada.
Lo huevos de perdiz corrieron a esconderse entre el tomate frito.
Jamás podría suponer lo que sucedería tras esto, me miraban atentamente desde la huevera.
Pero debía de haber tomado medidas cuando hace unos días un huevo trató de huir. Sin embargo, el culmen de la situación fue el día 10 de noviembre, cuando uno de ellos intentó una huida sin retorno, saltó de la cesta, donde se encontraba con más rehenes, y sucedió lo inesperado, un charco amarillo a la puerta del frigorífico era testigo de la tragedia.
A partir de ahí, la rebelión fue en cadena.
Escogieron un día de otoño con una temperatura media. Los más fuertes me rodearon, inhibieron mi tenedor y mi sartén "made in China". Tras esto, unos huyeron buscando una salida, otros quedaron postrados en medio de la cocina. Cuatro saltaron en dirección a la sartén y perecieron al instante. No se pudo hacer nada por salvaguardarlos.
Todavía quedan restos de la masacre.
Al poco del estallido de la revuelta, desde la nevera, me observaban. Sus condiciones para establecer el orden y que reinara la paz en mi cocina, eran claras y sencillas: mejores condiciones de vida y una muerte digna.
Acepé sin dudarlo.
Ahora sigo teniendo miedo y lo saben. Todo puede volver a suceder.
Me observan desde la nevera con detalle.
Ya no ha sido la misma relación que cuando llegaron, las tortillas dejaron de saberme igual.
Hoy quiero hacerme unos huevos fritos... No sé a qué me enfrentaré cuando los vea y abra la nevera.
¿Hasta cuándo será posible soportar esta situación?
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